DEJÉ DE SENTIRME UN SER HUMANO Y OLVIDÉ QUE ERA UNA MUJER

Relato de Anna Bosch

Me convirtieron en un trozo de carne. Un trozo de carne con un orificio. Dos orificios. Tres. Un trozo de carne contra el que soltar su fuerza animal y desparramar su violencia, ebrios de odio. No tienen bastante con matarnos; a las mujeres, además, nos violan … Leer artículo completo

“Dejé de sentirme como un ser humano y olvidé que era una mujer…” Decenas de mujeres son violadas a diario en la República Democrática del Congo. RDC, 2006.

Francisco Magallón – RDC, 2016

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Me convirtieron en un trozo de carne. Un trozo de carne con un orificio. Dos orificios. Tres. Un trozo de carne contra el que soltar su fuerza animal y desparramar su violencia, ebrios de odio. No tienen bastante con matarnos; a las mujeres, además, nos violan. Una, dos, tres, cuatro veces… Uno a uno o en grupo. Con su cuerpo o con armas peores. En el bosque a solas o con testigos, con nuestra familia, con nuestros maridos, con nuestros hijos delante. A veces obligan a los familiares a violarnos y, si se niegan, los matan. Cuanto más gritamos, arañamos, pataleamos, lloramos, más se ensañan con nosotras. Somos el máximo trofeo porque somos la máxima humillación para nuestro grupo. Para sus enemigos, para el otro. Cuando nos violan matan el honor de los nuestros, humillando a una de nosotras nos humillan a todos. Porque somos mujeres. Y les da igual la edad. Desgarran la vagina y el alma de niñas y hasta de bebés de meses.

Lo cuento y ya ni lloro. Me arrancaron mi alma de persona, de mujer, y soy un trozo de carne seco. Sin lágrimas.

Y supongo que debo dar gracias por estar viva y poderlo contar. Y denunciar, por si puede servir para algo. Otras murieron. En el mismo momento de esa tortura o más tarde por las heridas o las infecciones. Yo tuve suerte. A mí no me violaron con botellas ni cuchillos ni me quemaron por dentro con líquidos extraños. Sangré. Perdí la conciencia, estuve días con dolores terribles, no podré tener hijos y no sé si algún día podré amar. Pero he sobrevivido.

Lo cuento y ya ni lloro.

Me dicen que hay, en este país tan grande, tan bonito, tan rico y tan cruel, un hombre bueno. Un médico. Me cuentan que se ha hecho célebre y que lo han premiado en Europa, que es un hombre bueno que llora por lo que nos hacen. Un hombre bueno que nos cura, nos salva la vida y denuncia -si alguien quiere escucharlo- a esos otros hombres que no son buenos. Alguien me dijo que ese doctor lo describió como yo lo siento: “El cuerpo de la mujer se ha convertido en un campo de batalla y la violación, en un arma de guerra”.  Ese hombre bueno tiene un nombre: Denis Mukwege.

(Monólogo imaginario basado en testimonios reales)

Anna Bosch.