HUMILLACIÓN Y VERGÜENZA

Relato de Ángel Expósito Mora

Me duele en el alma no ser la única mujer que sufre la ignominia tan repetida en mi país, Afganistán, y en toda esta región que en Occidente, al parecer, se conoce como el eje Af-Pak. Te invito a tí, lector, a que te pongas un burqa para apreciar cómo se ve desde aquí adentro el mundo. Te vas a querer morir de vergüenza … Leer artículo completo

Lugares desolados en medio de la inmensa nada, donde ellas conviven sin las más mínimas condiciones, sin alimento, desnutridas y ahogadas, heridas en el alma. Maltratadas y criando niños que, seguramente, reproducirán los comportamientos de su padre con sus hermanas, esposas e incluso su propia madre. 

Francisco Magallópn – Afganistán, 2012

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Me duele en el alma no ser la única mujer que sufre la ignominia tan repetida en mi país, Afganistán, y en toda esta región que en Occidente, al parecer, se conoce como el eje Af-Pak.

Te invito a tí, lector, a que te pongas un burqa para apreciar cómo se ve desde aquí adentro el mundo. Te vas a querer morir de vergüenza. No vas a poder soportar esa sensación ni un par de minutos… así que imagínate una vida como la nuestra… una vida entera aquí debajo llena de vergüenza. Desde la primera menstruación hasta que me muera.

Vas a ver la vida a través de una rejilla insultante. Porque pesa mucho y da calor. Y porque somos millones las mujeres que nos asamos de humillación ahí debajo.

Me cuentan que hay mujeres que se quitan el burqa ante hombres europeos. Me dicen –aunque no sé si creerlo– que eso se permite en un hospital español en la base de Herat. Un capitán médico las atiende. De igual a igual. Como a otro ser humano… y me aseguran que esas afganas no dan crédito porque un varón las ha tratado con respeto.

En cierta ocasión me contaron que en Qal i Naw, al norte, tres heroínas se presentaron a las elecciones locales a cara descubierta  –eso si… rodeadas de paracaidistas españoles, claro–. Seguro que cuando no estuvieron los soldados, desenvolvieron sus burkas y salieron a la calle escondiendo aquel valor increíble que las empujó a las listas electorales.

Y seguro que salieron a la calle cubiertas para evitar ser apedreadas. Porque yo he visto la lapidación de una vecina y juro que esos gritos, entre los golpes secos de las pedradas, no se me olvidarán jamás.

Pero en mi ciudad, en Kabul, es donde más burqas se ven. Si nos vieras desde fuera, como extranjero, seguro que te preguntarías si somos ancianas, mujeres jóvenes o casi niñas. Pues que sepas, que mientras nos miras, nosotras sentimos crueldad y vergüenza. Nos paramos, nos apartamos al paso de los hombres… somos como un rebaño.

Un fotógrafo me ha dicho que con otras denominaciones, colores y texturas, pero con el mismo sentido, se ven burqas por todo el mundo cada vez con más frecuencia. Me dice –y no me lo puedo creer– que él los ha visto en Estados Unidos, en Malí, Irak, Siria, Kuwait, Sudán, Turquía, Emiratos, Pakistán, Senegal, Marruecos, Indonesia , Egipto… y en un vuelo de Iberia entre Madrid y Milán.

No sé… no puedo ir al médico porque son hombres; no fui a la escuela porque nací mujer, pero desde mi incultura y desde mi dignidad, estoy segura de que en cualquier guerra, conflicto o estado fallido… las mujeres somos siempre las principales víctimas del terror, del hambre, de la sequía y la miseria.

¿Y sabes qué? Por paradójico que parezca, las niñas y las mujeres somos la solución a nuestros respectivos infiernos. Porque no hay mayor dignidad que la que mostramos con nuestra mirada. Humilladas y escondidas, pero dignas.

Así que, como afgana, te pido y recuerdo que el mundo no tiene derecho a contribuir a nuestra vergüenza con el silencio.

Por nuestro honor y por el honor de vuestras madres, hijas o vuestras parejas… «Todos somos una».

 

Ángel Expósito Mora