MÁS ALLÁ DEL BURQA

Relato de Mónica Bernabé

Cuando viajé por primera vez a Afganistán en verano del año 2000, durante la época de los talibanes, me impactó ver a las mujeres afganas enfundadas en su tradicional burqa azul. Parecían fantasmas anónimos, sin rostro ni identidad … Leer artículo completo

Vulnerables entre las vulnerables, “las nadies entre las nadies”, sufren a diario la violencia en el reino de la impunidad.

Francisco Magallón – Afganistán, 2010

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Cuando viajé por primera vez a Afganistán en verano del año 2000, durante la época de los talibanes, me impactó ver a las mujeres afganas enfundadas en su tradicional burqa azul.  Parecían fantasmas anónimos, sin rostro ni identidad. A lo largo de los años, a medida que he ido conociendo la realidad de las mujeres en Afganistán, el burqa, que tanto me impactó en un primer momento y que tanto continúa escandalizando a Occidente en la actualidad, me parece una nimiedad.

Nunca he encontrado a una mujer en Afganistán que me diga que el burqa es un problema para ella. Sino todo lo contrario, a menudo esa prenda puede servir de protección. Con el burqa, nadie sabe si la mujer que lo viste es guapa o fea, joven o anciana. El anonimato confiere seguridad en un país donde impera la impunidad.

La violencia contra las mujeres en Afganistán empieza en el seno de su propia familia y es endémica, independientemente de que los talibanes estén o no en el poder. Es una violencia que forma parte de la propia sociedad, y en la que contribuyen tanto hombres como mujeres.

En Afganistán es habitual que las niñas sean dadas en matrimonio por dinero a viejos que les cuadruplican la edad, y que acaben con la vagina desgarrada tras su primera relación sexual. O que las adolescentes se lleven un susto de muerte cuando tienen su primera menstruación, porque nadie les ha explicado qué es la regla y que un día sangrarán.

Las novias en Afganistán suelen tener cara de circunstancias el día de su boda, a punto de romper a llorar, porque la mayoría son obligadas a casarse con un hombre que no desean y que ni siquiera conocen. Algunas chicas optan por inmolarse a lo bonzo para escapar a través de la muerte de tanto dolor y sufrimiento. Otras también se intentan quemar, pero por dentro: ingieren matarratas para acabar con su vida.

Algunas mujeres en Afganistán, una minoría, tienen formación universitaria e incluso una carrera profesional meteórica, pero si se inquiere en su vida privada, se suele encontrar siempre la misma lacra: la mayoría vive encadenada a un marido con quien se desposó en contra de su voluntad y de quien no se puede divorciar, aunque lo desee. Si lo hiciera, perdería a sus hijos. La legislación afgana siempre da la custodia al padre.

Las Naciones Unidas y otros organismos internacionales han publicado múltiples informes sobre la dramática situación de las mujeres afganas. No es una realidad para nada desconocida. Sin embargo, continuamos insistiendo en correr un tupido velo y quedarnos con la superficialidad: el burqa. Por una vez sería bueno mirar a los ojos a las mujeres en Afganistán.

 

Mónica Bernabé.