NO SÉ TU NOMBRE, SOLO SÉ LA MIRADA CON QUE ME LO DICES

Relato de Carmen Fúnez

“No sé tu nombre, sólo sé la mirada con que me lo dices” Así comienza un poema de Mario Benedetti que recordé cuando te vi. Una mirada y todo está dicho. No conozco tu nombre, ni dónde naciste, ni quién te encontró para poder devolverte la mirada. Sólo sé que me importa lo que nos cuentas con tus ojos… Leer artículo completo

Bangladesh, Yemen, Afganistán, Pakistán, la India… en más de 50 países existe el matrimonio forzoso o precoz, generalmente en ambientes rurales. Las niñas tienen un promedio de 11 años cuando son entregadas.

Francisco Magallón – Bangladesh, 2009.

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Así comienza un poema de Mario Benedetti que recordé cuando te vi. Una mirada y todo está dicho. No conozco tu nombre, ni dónde naciste, ni quién te encontró para poder devolverte la mirada. Sólo sé que me importa lo que nos cuentas con tus ojos.

Una mirada narradora del relato más cruel que jamás se pudo imaginar. El que le arrebató la inocencia a una niña de una aldea en Bangladesh. Me pides, amiga, que cuente tu historia y desde el respeto más absoluto me dispongo a hacerlo. Bien podría empezar este relato con los versos que escribió Emily Dickinson:

“Se incorporó al ser llamada,

dejó sus viejos juguetes,

para desempeñar el honorable oficio

de mujer y de esposa…”

Seguro que nunca pensó que describiese de manera tan realista aquella escena que hoy quieres olvidar. Sólo tenías 13 años y te anunciaron tu casamiento. No hubo razones que detuviesen el llanto que brotaba de tus ojos.  “Es una tradición”. “Piensa en nosotros, en la dote”. “Deberías estar contenta porque tienes la vida resuelta”. ¿Quizás quisieron decir la muerte resuelta?

Te casaron con un hombre a quien no conocías. Mucho mayor, pero ¿qué importa su edad? y al que no elegiste. De nada sirvió la fiesta, los vestidos ni la música… ¿Quién podía encontrar alegría en aquella esclavitud impuesta? Tenías miedo a lo desconocido y te rebelabas contra el mandato. Imaginaste que sería duro pero fue mucho peor. La vida a su lado fue desesperante. Gritos, amenazas, humillación, vejaciones… Sus ásperas manos, su voz grave y sus bruscos movimientos te arrebataban la esperanza y gotas de vida.

Eras apenas una niña cuando te quedaste embarazada. Tu cuerpo no estaba preparado y sufriste un aborto. Ni siquiera sabías lo que era. Poco después volviste a quedarte embarazada, con dolor y soledad. Para que no ocurriese lo mismo, él te trasladó a un hospital.  Allí diste a luz a tu hija y allí viste de nuevo la luz. El médico te examinó también las heridas y cicatrices de algunas de las muchas vejaciones sufridas.

En tu país, como en muchos otros, los matrimonios forzosos son ilegales, pero están amparados por la tradición. Tu doctor fue valiente. Denunció la situación en la que malvivías y te puso en contacto con una ONG. Comenzaste a recuperar tu vida. Nunca más volviste con aquel hombre. Nunca más regresaste a aquella aldea en la que no vivías; morías. Nunca más bajaste la cabeza y retiraste la mirada.

Hoy te has reencontrado con tus padres, sin juzgarlos; ya son conscientes del daño causado. Hoy has vuelto tus ojos a otras mujeres en tu misma situación y que desean salvarse. Hoy nos miras y nos cuentas esta historia, tu historia, compartida por mujeres en todo el mundo.

Hoy miras a tu hija con la promesa de que ella nunca vivirá con imposiciones ni esclavitud.

Hoy levantas tus ojos para ver tu libertad.

Carmen Funez