¿QUÉ MIRAS? ¿QUÉ VES? ¿QUÉ ES LO QUE MIRAS? ¿QUÉ QUIERES VER?

Relato de Marisa Soleto

Buscas en mis ojos y en los surcos de mi cara las huellas del desierto, los pastos, los camellos y los campamentos … Leer artículo completo

Cuando el sol es abrasador, se hace difícil distinguir lo negro del blanco, la tierra de la gente… mientras, las mujeres trabajan incesantemente para revivir entre arena, palos y paja.

Francisco Magallón – Mauritania, 2008

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Buscas en mis ojos y en los surcos de mi cara las huellas del desierto, los pastos, los camellos y los campamentos. Pero no diré nada.

Buscas en mis ojos el rastro de mi estirpe árabe, beduina y mauritana. Forjada en los invisibles caminos del desierto, por donde navegaron mi madre y mi padre, y antes que ellos los suyos, sin más fronteras que la luz de las estrellas.

Quieres mirar lo que esconden mis manos, las marcas que han dejado la tarea de buscar el agua esquiva de los mil y un pozos menguantes. Manos capaces de hacer el trabajo de dos burros, de portear las prendas de una vida, de ocuparse de lo que otros no hacen, de sembrar, recolectar y moler el grano. Las mismas manos que esta mañana recogían los huevos de la única gallina que nos ha dejado la lluvia ausente. Pero no diré nada.

No verás lo que tapa mi melfa, mi mejor melfa negra. Un nudo, dos nudos y cuatro metros de tela, que envuelven un cuerpo, en otro tiempo cebado con leche de camella y mijo, al gusto de quien tendría que pagar mi dote. Pesadilla nocturna del lebouh, que consigue traer el recuerdo de aromas de vómito y hartazgo a un cuerpo que ahora ya se intuye huesudo y enjuto.

No verás las marcas que en mi vientre y en mi cuerpo dejaron las tres veces que tuve un pie en la tumba, ni las que dejó el reproche de parir dos niñas en primer lugar. Pero no diré nada.

Ha querido Alá que viva lo suficiente para ser Sheij, aunque no me sea concedida tal dignidad. He vivido más que aquellas que me acompañaban en las veladas junto al fuego con la emoción expectante y nunca cumplida de los poemas recitados a escondidas a ṣaydi, a aquel al que amaba, a aquel que vio en mi cara los ojos de una oveja y se perdió en el oeste. Del tiempo de la vida he aprendido mucho más de lo que lo hubiera hecho en la negada madrasa recitando los versos del Corán.

He aprendido del deambular de quienes caminan el desierto. De los que se pierden en el norte y no vuelven. De los que vienen a llevarse las riquezas del desierto, de los que huyen, de los que persiguen, de los que matan, secuestran e imponen sufrimiento en nombre de una tradición que no es la nuestra y que no me ha visto sino como campo de batalla de una guerra de la que sólo he sido botín. He aprendido que todo cambia para que todo siga igual como hacen las dunas en un desierto inmutable.

Soy Aicha. Cuido del desierto y de quienes lo habitan. De mí y de las de mi estirpe depende el futuro del mundo. Ojalá que pudieras verlo cuando me miras. Pero no te diré nada.

 

Marisa Soleto