RECUERDOS EN EL ESPEJO

Relato de Marta Gómez Casas

Por esta ventana miro lejos. Veo fuera el mundo que se parte con la lluvia. Hay como una encendida canción en todo lo que toca. Debe oler bien la tierra mojada, aunque ése es un privilegio que casi he olvidado porque respiro muy mal. Me pasa desde lo del ácido. Tampoco veo bien porque me quedé ciega de un ojo … Leer artículo completo

Pierden los rasgos del rostro, se les borra la sonrisa y muchas se quedan ciegas… en algunos países del sudeste asiático, cientos de mujeres son desfiguradas cada año.

Francisco Magallón – Bangladesh, 2009

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Por esta  ventana miro lejos. Veo fuera el mundo que se parte con la lluvia. Hay como una encendida canción en todo lo que toca. Debe oler bien la tierra mojada, aunque ése es un privilegio que casi he olvidado porque respiro muy mal. Me pasa desde lo del ácido. Tampoco veo bien porque me quedé ciega de un ojo. Mi cara es sólo un recuerdo de lo que fue y sé que no resulta fácil mirarme. Me he acostumbrado a que la gente me esquive.

Cuando ocurrió todo, vivía con mi esposo y mi hija recién nacida en casa de mis suegros y hubo un conflicto familiar por el cultivo de unas tierras de bambú. El tío de mi esposo intentó matarle y nos tiró ácido a los tres mientras dormíamos. Mi hija Sonali y yo nos llevamos la peor parte. Desde entonces sufre problemas de visión y su piel es muy sensible al sol. A menudo le salen infecciones en la cabeza que cuesta mucho tratar. Los niños son crueles y se burlan de su deformidad, por eso no quiere jugar en la calle.

Vivo en Bangladesh, un país donde muchas mujeres han sufrido como yo agresiones con ácido con intención de mutilarnos, desfigurar nuestro rostro, torturarnos o asesinarnos.  Os preguntaréis cómo se explica tanta crueldad, y la verdad es que no lo sé… los hombres de mi comunidad  justifican su uso como castigo por celos, supuestos adulterios o malas negociaciones de una dote y también como castigo para las jóvenes que rechazan una propuesta de matrimonio, que no son vírgenes o visten con indecencia. En mi caso fue por una disputa de tierras, aunque yo creo que todos estos motivos no son más que excusas para respaldar la violencia contra las mujeres.

Me han contado que esto ocurre también en India, Camboya, Pakistán, Nepal, Afganistán, Laos, China y algunos países de África. Distintos lugares con idéntico efecto sobre la piel abrasada. Ácido sulfúrico, ácido nítrico, ácido clorhídrico, aceite de queroseno, qué más da… funden la piel como  bronce líquido, la pegan, la deforman… dejan secuelas permanentes dentro y fuera del cuerpo y lo peor es que muchas mujeres  son rechazadas por su  familia y su comunidad. En el mejor de los casos se quedan hipotecadas de por vida para poder pagar los tratamientos médicos, en el peor, mueren. Afortunadamente, mi marido no me repudió y sigue viviendo conmigo. Después tuvimos otro hijo.

En los pueblos pequeños es fácil conseguir ácido y la cárcel no asusta mucho a los que lo utilizan, y no me extraña porque, a pesar de que existe una ley que les condena a muerte o a cadena perpetua en Bangladesh, casi todos quedan en libertad.

Yo no consigo olvidar lo que me pasó porque los espejos no me dejan y mi piel tampoco; a veces la de la cara me tira mucho, como si no diera de sí para cubrir mis pobres huesos. Es en esos momentos cuando me gusta colocarme detrás de la ventana y mirar fuera. Cuando llueve, el mundo se trocea en gotas que me dan otra realidad distinta y me hacen sentirme libre para contaros mi historia, confiando en que ninguna mujer tenga que pasar por este infierno. A muchas el ácido les ha borrado hasta la sonrisa. A mí no.

 

Marta Gómez Casas.