SER CUALQUIERA DE ELLOS

Relato de Elena Anaya

Acabámos de aterrizar en la frontera con Somalia, de hecho, la teníamos a pocos metros. Estábamos visitando, junto al equipo de ACNUR, un centr de tránsito y registro de refugiados próximo a la región de Dolllo Ado, al Sudeste de Etiopía, cuando nos avisaron de que en esos momentos estba haciendo su registro una niña …Leer artículo completo

Muchas veces invisibles e ignoradas. Condenadas a las labores domésticas y la gestación. Amenazadas y acosadas por una sociedad reprimida, ellas son la pieza clave del motor de la vida, una herramienta fundamental de la resistencia y la esencia de la reconstrucción pacífica de las sociedades.

F. Magallón – Sudán, 2006.

volver a foto relatos

Acabábamos de aterrizar en la frontera con Somalia, de hecho, la teníamos a pocos metros. Estábamos visitando junto al equipo del ACNUR, un centro de tránsito y registro de refugiados próximo a la región de Dollo Ado, al sudeste de Etiopía, cuando nos avisaron de que en esos momentos estaba haciendo su registro una niña.

 

Una niña no acompañada de algo más de 10 años, que llegaba sola después de recorrer durante casi cinco días y cinco noches, un camino que no conocía. Huyendo de la guerra… Sin mapa, ni ayuda. Venía sola, con lo puesto y ocultaba debajo de su hiyab rosa -un velo que le cubría el pelo y parte de su cuerpo-, una bolsa de plástico con una dirección escrita con uno de los supuestos campos de refugiados donde supuestamente tenía que llegar, y con mucha suerte, encontrar a algún familiar o conocido. Se llamaba Hanisho

 

Me trasladé con ella y otros refugiados somalíes recién llegados a la frontera, hasta el primer campo de refugiados más próximo, a unos 35 kilómetros. Algunos me contaron en qué circunstancias habían tenido que huir. Una madre rodeada de tres niños, el mayor no tendría más de cuatro años, había tenido que dejar en Somalia a los tres hijos mayores porque estaban enfermos y sabía que no sobrevivirían al viaje. Rezaba porque su marido pudiese huir pronto con ellos y poder volver a abrazarlos.

 

Durante ese trayecto, no podía dejar de preguntarme por esas personas que lo habían perdido todo. Su casa, su familia, su trabajo… Habían tenido que huir para salvar su vida. Me preguntaba cómo se sentían, cómo sería ser cualquiera de ellos por un solo minuto.

 

Han pasado cuatro años desde que pude visitar este y otros campos de refugiados del ACNUR en Etiopía pero el recuerdo sigue muy presente. Me acompaña la mirada de todas esas personas que tuve la fortuna de conocer. Sus ojos, que lo decían todo. Lo recuerdo y no puedo evitar emocionarme, pero de dolor y de rabia. No consigo comprender un mundo tan injusto. Tan desigual. Tan egoísta. Pero allí aprendí que hay países mucho más pobres que el nuestro, que reciben cada día a miles de refugiados. A niñas como Hanisho, dándoles así la oportunidad de empezar una nueva vida. De vivir sin el temor a ser violadas, torturadas, mutiladas, perseguidas, amenazadas, lapidadas, asesinadas…

 

La adolescente de esta foto, me ha transportado de pronto a la experiencia de visitar los campos y a sus habitantes. No sé nada de ella. Deseo con toda mi fuerza que haya podido encontrar la oportunidad de rehacer su vida, de poder reencontrarse con los suyos, de poder estudiar, formarse y de ser una mujer libre. Cuanto más miro sus ojos, más veo su fortaleza y decisión porque así sea.

A Hanisho, a la que sí conocí, el ACNUR le ayudó a reencontrase con sus dos hermanos. Fui testigo de ese reencuentro, y de sus sonrisas llenas de lágrimas mientras se abrazaban incrédulos ante este regalo del destino.

 

Elena Anaya, actriz y colaboradora de ACNUR