SIEMPRE EN LA PENURIA

Relato de Rosa María Calaf

Se llama Dah. Lo dice casi susurrando. No sé si por timidez o por desconfianza… probablemente, por ambas. No obstante, no rechaza la charla, enlaza su mirada con la mía y fluye un relato pausado … Leer artículo completo

De los más de 45 millones de personas refugiadas y desplazadas en el mundo, el 80 por ciento son mujeres y menores. Miles de ellas sufren a diario persecución por motivos de género…

Francisco Magallón – Tailandia, 2007,  Refugiada Karen, Myanmar.

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Se llama Dah. Lo dice casi susurrando. No sé si por timidez o por desconfianza… probablemente, por ambas. No obstante, no rechaza la charla, enlaza su mirada con la mía y fluye un relato pausado.  

Es temprano. La neblina difumina Mae La, un extenso salpicado de cabañas de bambú que se agarran desordenadas a los riscos entre el follaje de un denso bosque tropical. Aparece, de pronto, en medio de la nada.

¡qué marco tan a propósito para el limbo en el que Dah vive desde que naciera aquí hace 25 años!.  Siempre en la penuria y sin derechos.

Mae La es uno de los campos de refugiados en la frontera que separa Tailandia de Myanmar. Acoge a miles que, como la familia de Dah, dejaron atrás su tierra birmana huyendo de la persecución de su propio gobierno desde 1949. 

Son los Karen y su lucha de padres a hijos. La más larga, dicen, de las guerras civiles y la más olvidada.

El abuelo de Dah peleó en la II Guerra Mundial junto a los ingleses, que no cumplieron sus promesas de un estado independiente Karen y les abandonaron al irse.

Sus padres por seguir defendiendo su identidad y su territorio tuvieron que escapar más tarde. Caminaron entre minas escondiéndose de los soldados birmanos, con todos sus bienes en una bolsa al hombro  

Muchos, como ella, han pasado toda su vida confinados en ese rincón aislado y dependiendo de la ayuda exterior.

“La policía tailandesa nos detiene si salimos del campo así que no podemos trabajar. En cambio, nos imponen trabajo forzoso a veces.  Aunque eso no es lo peor”, musita mirando al suelo.

Dah, cuando la encontramos, iba caminando con su pequeño a la espalda por una calle empinada y de suelo fangoso hacia un supuesto centro de salud. Los alimentos repartidos son cada vez menos. La malnutrición acecha a sus hijos que ya son tres.

Los abusos sexuales y la violencia de genero que quedan impunes, la escasez de dinero, las rencillas familiares componen su vivir cada día. En el trasfondo, la absoluta falta de opciones.

Alguna vez piensa en el suicidio… la mitad de las mujeres jóvenes que mueren en el campo es porque se quitan la vida.

Ellas lo tienen siempre más difícil. Y, sin embargo, son ellas con su esfuerzo y su quehacer las que sostienen la comunidad.

El campo de Mae La se prometió temporal y la comunidad internacional lo construyó como tal, pero, de eso hace mucho tiempo y ahí sigue todavía.

Dah cubre su rostro con thanaka, ese polvillo que la embellece, que la protege del sol y que la ata a sus tradiciones. Dah nos mira y frunce una sonrisa como preguntándose y preguntándonos si nosotros alguna vez dejaremos de mirar hacia otro lado.

 

 

Rosa Mª Caláf.