TALAQ

Relato de Cruz Sánchez de Lara

Ser musulmana en India es difícil. No existe una legislación civil aplicable a toda la ciudadanía en materias tan importantes como el matrimonio, el divorcio y las sucesiones. Estas cuestiones se regulan por las normas de cada comunidad religiosa y la musulmana solo concede a las autoridades islámicas la posibilidad de interpretar la Sharia … Leer artículo completo

Más allá del momento histórico, del lugar geográfico o de los roles atribuidos, afectadas por la discriminación de género y la desigualdad de oportunidades…

Franciso Magallón – India, 2011

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Ser musulmana en India es difícil. No existe una legislación civil aplicable a toda la ciudadanía en materias tan importantes como el matrimonio, el divorcio y las sucesiones. Estas cuestiones se regulan por las normas de cada comunidad religiosa y la musulmana solo concede a las autoridades islámicas la posibilidad de interpretar la Sharia. No hay norma, solo interpretación. Así vivimos, supeditadas a la interpretación.

Mi hermana recibió un mensaje de su marido en su teléfono móvil: “Talaq, talaq, talaq”. Enmudeció primero. Lloró amargamente después. No sabía el motivo pero sabía que era el final. Inapelable, indiscutible. Estaba divorciada. Solo con la recepción de ese mensaje. Lo había perdido todo. Había venido a visitarme y ya no tenía casa a la que regresar.

La interpretación que las autoridades islámicas hacen de la Sharia permite que el marido, incluso en ausencia de su mujer, diga o escriba tres veces Talaq y esté divorciado. Le sucede a muchas mujeres indias. Mi hermana es una más. Es injusto. Si ella hubiera pretendido divorciarse las trabas burocráticas y procesales habrían sido un tortuoso camino.

Ella no habría podido casarse por otra vía que no fuera la religiosa. La sociedad, la familia lo habrían prohibido: la dominación. De hecho, ella no habría osado pensarlo. Ahora escucha los reproches de quienes nos rodean: la culpan del repudio. Habrá hecho algo –piensan todos-, mientras ella teme cómo encarar el presente de sus hijos sin fuerzas para pensar si habrá futuro.

Miren la pared tras de mí. Este lugar es símbolo de una paradoja. El Taj Mahal es el mausoleo que se identifica con una de las más grandes historias de amor, la de Shah Jahan, emperador mogol de la India y la princesa persa Arjumand Banu Begum, a quien su esposo cambió el nombre por el de Mumtaz Mahal (Joya del Palacio).Para cuando contrajeron matrimonio, él ya tenía dos esposas más y después, volvería a casarse al menos otra vez.

La mirada al Taj Mahal se hace obviando el trabajo de más de veinte mil personas durante veinte años. La leyenda cuenta que Jahan ordenó cortarles las manos a parte de los artesanos, los arquitectos y algunos obreros para que no pudieran reproducir la belleza del mausoleo. También se cuenta que la majestuosidad hizo que se privara al pueblo de necesidades para seguir construyendo con la opulencia que sus pretensiones le pedían. Pero cuando venimos aquí, solo vemos la Joya de Agra, una de las maravillas del mundo. No vemos más allá de la parte fascinante de la historia.

Si es cierto que Mumtaz Mahal era la favorita, la que amó profundamente, la que le ayudó en la toma de las decisiones sobre el gobierno, la que hizo que entristeciera profundamente el día que falleció y no se recuperara, con la que compartía, con la que viajaba, la madre de los hijos que le sucedieron… ¿Cómo era la vida del resto de sus mujeres? ¿Es mejor vivir así con la sumisión emocional y las necesidades cubiertas o escuchar Talaq? 

Casi cuatrocientos años después, los derechos de las mujeres musulmanas en India siguen siendo un sueño. Miremos, escuchemos, más allá de ver y oír. Las voces silenciadas trascienden el sueño de amor que se vende en postales del Taj Mahal.

 

Cruz Sánchez de Lara