UN CEMENTERIO DE NIÑAS

Relato de Javier Gallego 

Mi madre no me deseaba. La madre de mi madre no la deseaba a ella. La abuela de mi madre tampoco deseó a su hija. Ni su madre, mi bisabuela, ni mi tatarabuela antes, habían deseado a su bebé … Leer artículo completo

Bajo la excusa de la tradición para proteger la pureza sexual de la niña, para liberar de una carga económica a la familia o por la propia Ley, muchas mujeres son obligadas a casarse a una edad precoz, sin posibilidad alguna de ejercer sus derechos… embarazos, partos prematuros, servidumbre doméstica y sexual.

F. Magallón – Sudan, 2006.

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Mi madre no me deseaba. La madre de mi madre no la deseaba a ella. La abuela de mi madre tampoco deseó a su hija. Ni su madre, mi bisabuela, ni mi tatarabuela antes, habían deseado a su bebé.

Todas fuimos madres contra nuestra voluntad. Todas esposas a la fuerza. Todas forzadas, violadas. Todas niñas. Entregadas por nuestros padres a otros ancianos como ellos. Nuestros padres tenían la edad de nuestros abuelos. Nuestros maridos también. Mi madre decía que de hombres tan mayores sólo pueden nacer mujeres porque su semilla no tiene fuerza para hacer otro hombre y que así se aseguraban de mantener la tradición. Yo respondía que eso no era cosa de ellos sino nuestra, que las mujeres de esta familia éramos tan fuertes que sólo paríamos a otras mujeres tan duras como nosotras.

Me quedé embarazada la misma noche de bodas. Él me tumbó en la cama, me levantó el vestido hasta taparme la cara y me metió su cosa dentro mientras se movía como un perro nervioso. Pronto empezó a tener espasmos. Parecía una anguila fuera del agua. Creí que estaba teniendo un ataque o algo porque jadeaba con dificultad, casi tosiendo, con sus pulmones cansados y roncos. Me dolió y sangré mucho. Él cayó rendido por aquello y por la fiesta de todo el día. Yo tenía trece años.

Todas éramos aún niñas cuando engendrábamos a otras niñas. Niñas dando a luz a otras niñas. Niñas que mueren por dentro para que otra pueda crecer en ellas. Nuestros cuerpos son una cuna y una tumba. Yo soy un cementerio de niñas. Llevo en mí a todas las muertas de mi familia que, como yo, no pudimos crecer ni tener adolescencia, que no llegamos a ser jóvenes ni salimos con las amigas ni tuvimos un novio guapo que nos cortejara con el que viajar a esos países lejanos que veíamos en el teléfono, el ordenador o la tele. Llevo en mí enterrada a la niña que no pudo cumplir el sueño de ser médica para salvar otras vidas, porque ni la suya pudo salvar siquiera.  

Pero pienso salvar la de mi hija y evitar que a mi nieta le hagan lo mismo. Ninguna deseábamos a nuestras bebés pero algunas aprendimos a quererlas. No mi madre, que siempre me trató como la extraña que se había llevado su infancia, pero sí mi abuela que nos quiso a las dos porque la salvamos de morirse de pena.

Así quiero yo a mi hija. Ella me devolvió la vida y la alegría que me quitaron. No dejaré que se la lleven ahora que va a cumplir la misma edad que yo tenía cuando me entregaron. Hubiera querido tener un hijo que rompiera esta cadena, que no pudiera ser vendido, regalado. Pero nuestros vientres no quieren engendrar hombres. A veces creo que se niegan a llevarlos dentro, que parimos hembras para defendernos entre nosotras.

Eso voy hacer. Defendernos. Sólo hay una manera de acabar para siempre con esta estirpe maldita. De poner fin a este cementerio de niñas. Enterrarnos a todas en él para que no nazcan más mujeres. Si no nos dejan ser dueñas de nuestra vida, al menos lo seremos de nuestra muerte.

 

Javier Gallego Garrido