VOLVER A CONTAR

Relato de Érika Reija

El día de esta foto amanecí nerviosa, casi sin haber dormido. En los últimos dos años la idea de volver a la plaza Tahrir ni siquiera había cruzado mi mente. Era como si un agujero negro se hubiera tragado de mi cabeza ese centro emblemático de El Cairo donde un día soñé con la revolución, donde celebré la caída de Mubarak y donde, al final, me acabaron robando la inocencia … Leer artículo completo

18 mujeres fueron detenidas, golpeadas y sometidas a descargas eléctricas. A 17 de ellas las sometieron a pruebas de virginidad. Smira Ibrahim, de 25 años, fue la única que alzó la voz demandando a la Junta Militar.

Francisco Magallón – Plaza de Tahrir, El Cairo, Egipto, 2013

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El día de esta foto amanecí nerviosa, casi sin haber dormido. En los últimos dos años la idea de volver a la plaza Tahrir ni siquiera había cruzado mi mente. Era como si un agujero negro se hubiera tragado de mi cabeza ese centro emblemático de El Cairo donde un día soñé con la revolución, donde celebré la caída de Mubarak  y donde, al final, me acabaron robando la inocencia.

Tahrir ya no existía para mí.

 Sin embargo, no sé cómo, había accedido a reunirme allí aquella tarde con unos periodistas llegados desde España. Para contarles «mi historia». Esa de cómo un grupo de militares levantó el campamento donde muchas chicas acampamos durante semanas para pedir mejoras sociales y nos mancilló para siempre con una violación encubierta a la que llamaron «prueba de virginidad». Porque habéis dormido cerca de hombres y no vaya a ser que nos acuséis a nosotros. Porque sois unas putas, dijeron.

No era la primera vez que iba a contarlo. Casi me había acostumbrado a narrar los hechos como algo ajeno,  en modo robot, como si no me hubiera pasado a mí. Pero esta vez pedían algo más. Volver al lugar de lo ocurrido, reencontrarme con aquel pasado… Bueno, alguna vez tenía que regresar, pensé. No tardé en arrepentirme.

A medida que se acercaba la hora, la ansiedad empezó a apoderarse de mí. Mis pulsaciones estaban descontroladas, el aire parecía no regar mi cerebro, los pensamientos se nublaban, todo mi cuerpo temblaba…  Dudé, pensé en anular la cita, respiré profundo.

De acuerdo, iré solo hasta la cafetería donde hemos quedado, pero no pondré un pie en la plaza. Si no les basta, me voy.

Al llegar apenas vi la cara de los reporteros. Solo sé que les solté: lo siento, pero no iré a Tahrir. Si queréis hablamos aquí. Si no, me marcho. 

Deseé profundamente que eligieran lo segundo. Aunque siempre me he negado a callar la injusticia, la sola idea de estar a 500 metros de Tahrir me turbaba.

Eligieron escucharme.

Y sí. Volví a contar cómo me obligaron a desnudarme ante los militares. A mí, que llevo velo y nunca había mostrado mi cuerpo a ningún hombre. Cómo uno de ellos, que ni siquiera era médico, puso sus manos entre mis piernas. El desgarro y la humillación que sentí al saber perdida mi virginidad de aquella forma.

Y sí. Volví a contar que fui la única de 17 chicas que se atrevió a denunciarlo ante un juez. Y que por ello perdí mi trabajo, mi novio, mi reputación… Que los vecinos todavía cuchichean y se ríen cuando paso.

Algunos decís que soy valiente, que gracias a mí se prohibieron las pruebas de virginidad en Egipto y ninguna más tendrá que pasar por eso.

Pero, ¿soy valiente? No lo sé. Hoy no he podido regresar a Tahrir. Mi mirada ya no es la de aquella niña que salió a pedir libertad. Han pasado dos años y todavía siento la mano del militar dentro de mí. Siento que una sucia mano sigue amenazando a todas las mujeres como yo.

 

Erika Reija.