CARGAR CON EL ESTIGMA

Relato de Ignacio Cembrero

Se tapa la cara. ¿Será el cansancio el que le hace cubrirse el rostro o se avergüenza de su oficio?  Ella es porteadora. Traslada bultos muy pesados, a veces de hasta 50 kilogramos que se echa a la espalda o de 90 que empuja a ras de suelo. Con ellos cruza de Ceuta –otras también lo hacen desde Melilla- a Marruecos …Leer artículo completo

Mantas, telas, ropa vieja, zapatos usados, papel higiénico, pañales, repuestos, comida … Fardos envueltos en tela de saco, atados con cintas y cuerdas. Bajo ellos, casi invisibles, van ocultas por una carga que las dobla en tamaño. Nervios, caídas, gritos y golpes, lágrimas, presión e incluso, en ocasiones, la muerte por aplastamiento en  una avalancha.

Francisco Magallón – Melilla 2012

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Se tapa la cara. ¿Será el cansancio el que le hace cubrirse el rostro o se avergüenza de su oficio?  Ella es porteadora. Traslada bultos muy pesados, a veces de hasta 50 kilogramos que se echa a la espalda o de 90 que empuja a ras de suelo. Con ellos cruza de Ceuta –otras también lo hacen desde Melilla- a Marruecos.

Lo hace tantas veces como puede y todos los días en que la frontera está abierta para porteadoras. Cuanto más pesa el fardo y más veces la atraviesa más gana. Puede llegar a embolsarse hasta 20 o 30 euros la jornada madrugando mucho para ser de las primeras en la cola, caminar a paso ligero hasta la nave ceutí donde le entregarán la mercancía y regresar con ella a Marruecos a toda prisa.

Recibirá en el camino unos cuantos palos, propiciados con fustas o correas, cuando los mejaznis (antidisturbios marroquíes) intenten poner orden en la fila, evitar empujones y accidentes. Golpean y gritan pese que para ellos, y para los aduaneros, la frontera es un destino lucrativo. Cobran sus bakshish por hacer la vista gorda, pequeñas propinas que mejoran su sueldo y que comparten con sus jefes

En los bultos hay de todo, desde ropa hasta calzado pasando por neumáticos viejos, que entran de contrabando en Marruecos. El volumen de este negocio, que en ambas ciudades llaman púdicamente “comercio atípico”, no es moco de pavo. Asciende a unos 1.400 millones de euros anuales.

El suyo es un oficio peligroso. Son entre 12.000 y 15.000 las porteadoras –hoy en día mayoritariamente mujeres- que trabajan en la frontera de Ceuta y entre 3.000 y 5.000 en la de Melilla, según la estimación oficial. En el tumulto que se organiza ante Tarajal, el paso fronterizo, dos han fallecido en 2017 del lado marroquí, a consecuencia del atropello humano, pero ellas sospechan que alguna más ha muerto a consecuencia de sus heridas. Nadie sale ileso de la travesía. Todas sufrirán pronto o tarde luxaciones de hombro, dolores de espalda, roturas de tobillo o de muñecas y un enorme estrés provocado por la dosis de violencia que soportan al cruzar.

No les quedaba otra para sobrevivir que mudarse y empadronarse en las provincias de Tetuán y Nador para poder así entrar sin visado en Ceuta y Melilla. Son madres solteras que emigraron para huir de la ignominia que supone en Marruecos engendrar sin estar casada; son aldeanas analfabetas cuyo padre no pudo asegurar su sustento; son contrabandistas rebotadas de la frontera con Argelia cada vez más sellada; son parejas humildes venidas de lugares remotos y paupérrimos en busca de un trabajo por muy penoso que sea.

Ser porteadora es llevar un estigma social; pertenecer al estrato inferior de la sociedad marroquí. Por eso algunas se cubren el rostro ante la cámara.

 

Ignacio Cembrero.