DESNUDA DE MÍ

Relato de Pliar González Moreno

Contábamos las estrellas y éramos felices .Todas las noches, los dos solos, mi primo Yat y yo, les poníamos nombres. Luego Yat me recitaba las palabras que aprendía en aquella escuela a la que yo nunca jamás iría … Leer artículo completo

Entregada con doce años, ella no eligió vivir con él y mucho menos morir por él…matrimonio forzoso, una violación, en muchos países, legalizada.

Francisco Magallón – Sudán, 2006

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Contábamos las estrellas y éramos felices .Todas las noches, los dos solos, mi primo Yat y yo, les poníamos nombres. Luego Yat me recitaba las palabras que aprendía en aquella escuela a la que yo nunca jamás iría.

Me llaman Nyaring, que en el lenguaje dinka de mis ancestros del sur significa correr. Me lo puso mi madre antes de morir pero no tuvo tiempo de escribir mi nombre en ningún papel del ayuntamiento, por eso no existo oficialmente, para ellos soy invisible, no he nacido, no tengo derechos.

Mi infancia de juegos y sueños se rompió muy pronto, y al cumplir los doce mi tío me vendió por 20 cabras a un hombre viejo y enfermo.

El día que llegó para desposarme, la tormenta “haboob” cubrió la aldea de arena, escuché mi nombre: Nyarinnnng, y mis piernas empezaron a moverse veloces, pero el miedo me empujó al suelo, tropecé y me caí.

Mi tío siguió mis huellas y no paró de azotarme durante todo el camino hasta llegar a nuestra choza “tukul”, donde me pegó y me pegó, con un palo, con las manos, con los pies. Lloré y lloré por mis padres muertos, por el dolor de los golpes, por todas mis estrellas.

Me tocaba primero y luego me violaba. Quería morir. Luego vomitaba. Soñaba con regresar al lugar donde nací, desenterrar a mi madre, recuperar su voz, que me salvara de aquel infierno.

Empecé a sentirme muy muy enferma, los días pasaban y mi vientre engordaba, llevaba un pequeño dentro de mí, y no sabía si algún día le amaría. Me sentía sucia, el anciano seguía tocándome y empujando dentro. Luego me pegaba y después me mandaba a buscar agua y guardar las cabras.

Un día enloquecí: Nyaring, Nyaring, Nyaring… una voz poderosa me empujaba a correr y huir. El viento me ayudó. Até una rama larga a mi espalda para borrar cada huella de mis agrietados pies en la arena. A los once días me detuvo un dolor punzante, insoportable, comencé a sangrar, cerré los ojos y me preparé.

Había visto a muchas mujeres ponerse de parto, algunas gritaban, otras se retorcían, se daban masajes en la barriga, se ponían en cuclillas y tumbadas de lado, incluso morían.

Ardía por dentro, no podía respirar y el bebé no salía, quería empujar y no podía, tenía sed y frío, miré las estrellas, alguien me susurró aquel poema que tantas veces le oí recitar a Yat, mi primo, el único al que quise.

 

«El silencio cruel de un vaso en mil pedazos

lo cotidiano, denso,
te envuelve y reseca el habla.
Abre el corazón. Despierta.
Fluyes.
Tu armazón apagado se deslumbra
con tu propia luz.
La revelación es un sueño.
Desnúdate de ti.
El éxtasis te espera».

 

(“HUERTOS”/PARTE III, del poeta sudanés AL RADDI)

 

Pilar González Moreno