¿NO LO VES?

Relato de Mª Ángeles López Romero

Oirás que me llaman víctima. Pero no lo soy. Dirán que soy una superviviente, pero tampoco. En ocasiones me gritarán puta. Y las más de las veces ni me verán, ¿cómo van a llamarme nada? Un número a lo más en un registro del enésimo campo de refugiados levantado en un país que hace ya demasiado tiempo que dejó de ser refugio … Leer artículo completo

Millones de personas se ven obligadas a abandonar sus hogares y miles han perdido la vida… grandes áreas del planeta se ven afectadas por catástrofes naturales.

Francisco Magallón – Haití, 2011

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Oirás que me llaman víctima. Pero no lo soy. Dirán que soy una superviviente, pero tampoco. En ocasiones me gritarán puta. Y las más de las veces ni me verán, ¿cómo van a llamarme nada? Un número a lo más en un registro del enésimo campo de refugiados levantado en un país que hace ya demasiado tiempo que dejó de ser refugio.

Desde aquel martes 12 de enero de 2010 a las 16:53 en que Haití tembló como si el mundo renegara de nosotros y quisiera expulsarnos de su corteza, no recuerdo mi nombre. No quiero recordarlo porque con él llega la memoria de los que quedaron bajo los escombros. Sangre de mi sangre. Muertos. Mis benditos muertos.

Primero fue el temblor. Vinieron después las horas de búsqueda desesperada, el llanto agotador, el hambre y la sed, la batalla por proteger la vida que el destino, la fortuna, la providencia o vete a saber qué dios, decidió conservarme frente a todo pronóstico. Por eso no me siento víctima. Porque me libré.

Superviviente, dijeron. ¿Se le puede llamar sobrevivir a esto? No había tiempo para pensar los porqués. Tampoco para reclamar al gobierno corrupto y opresor por las condiciones indecentes en que estaba el país antes de ser zarandeado por las placas tectónicas. Por las condiciones indignantes en que se habían construido los edificios que caerían al suelo como naipes de un castillo de cartón en imposible equilibrio. Porque pronto llegó el miedo. Miedo a volver a temblar. Miedo a volver a morir. O peor: a vivir en un país en el que la vida no vale nada y menos aún si eres mujer como yo.

No recuerdo mi nombre pero sé quien soy. Soy yo: la mujer que a duras penas sonríe a la cámara. Que a duras penas sonríe a la vida que le ha tocado en suertes volver a vivir. Soy yo. ¿No lo ves? Estoy aquí venciendo el cansancio y la rabia, dispuesta a protagonizar esta página, no por mí. Ni por los familiares que no lo contaron. No por el pasado ni por este presente de tiendas de lona y agua racionada, olvidos internacionales y tiempos demasiado muertos. Estoy aquí por ti. Por cada mujer que debe sumar a las catástrofes y la injusta pobreza la humillación de ser violada, de verse prostituida para sobrevivir, de ser vendida por su familia para que otros puedan subsistir, de ser explotada para que la miseria no mate lo que el terremoto salvó. Todo eso ocurre aquí. ¿Pero no lo ves? No soy una víctima más de las cientos de millones que caen cada día a las cunetas de la vida. No soy una de las supervivientes que debe defenderse de violadores, explotadores, maltratadores. No soy una puta. ¡No! Soy yo. No tengo nombre, pero sé quien soy. ¿Lo sabes tú? Mírame a los ojos y di tu nombre, mi nombre, su nombre. Todos los nombres. Mira mi pañuelo y mi sonrisa y grítalo de una vez: Dignidad. Así me llamo. Esa soy.

 

Mª Ángeles López Romero.